Quizás la fórmula del título les parezca demasiado ingenua o simple, pero yo estoy convencido de que es eficaz. No sólo porque es absolutamente lógica, sino porque tengo pruebas, es más, me siento una prueba de ella.
El principio se basa en la ley del ejemplo. Está de más afirmar que aunque las palabras convenzan, lo que arrastra es el ejemplo. La fe la recibimos como virtud infusa el día de nuestro bautismo, pero es a través de la convivencia con los demás cristianos, que esa fe se traduce en actos. Esta educación de la fe inicia en el hogar, Iglesia doméstica, donde a través del ejemplo de los padres uno desarrolla una fe viva. Luego, ya en el ambiente parroquial, es la comunidad de los hermanos la que seguirá la labor iniciada por la familia.
Aún hoy recuerdo el día en que viendo por primera vez un hombre que vestía sotana pregunté a mi padre el por qué de tan extraño atavío. La respuesta fue breve y contundente "Es un sacerdote, un representante de Dios", me afirmó. Esa fue la primera y más alta definición que aprendí.
Cuando en una parroquia se vive el auténtico amor a Jesús Sacramentado, esto es, se comulga con frecuencia, se visita y adora el Santísimo Sacramento, se cuida la vida litúrgica, no le faltarán vocaciones entre sus jóvenes.
La experiencia la he palpado en las parroquias por donde he podido pasar. Cuando la comunidad parroquial gira alrededor de la Eucaristía, sobre todo a través de la Adoración, expresa un mensaje contundente. Jesús está presente en el Sacramento y es fuente y cumbre de todo y de todos. Ese mensaje tiene un impacto en toda la comunidad, pero sobre todo en la niñez y la juventud. No será nada extraño como consecuencia del ejemplo de los mayores, ver como los más mozos participan de la oración frente al Sacramento. Aumenta en ellos el deseo de comulgar y de servir al altar.
En un ambiente así, aquellos que son llamados por el Señor, no se niegan ni se hacen esperar. Es lógico, como les decía al principio, siendo que habrán entendido la importancia de la Eucaristía y su necesidad. No es que Jesús no llame, sino que muchos de los llamados no están bien dispuestos como para aceptar la llamada. Es tarea de la comunidad parroquial el prepararlos.
Hasta el Cielo.
P. César Piechestein, MED
No hay comentarios:
Publicar un comentario