La tercera manera de acompañar (o abandonar) a nuestro Señor Sacramentado es la Compañía de Imitación.
El Evangelio nos recuerda con frecuencia que somos discípulos y que Jesús es nuestro maestro, que somos cristianos y por tanto imitadores de Cristo. Dios Padre ama a su Hijo único y lo ama en nosotros, en la medida en nos asemejamos a Él. Veíamos en la Compañía de Compasión como debíamos sentir con Jesús, unir nuestros afectos a los suyos, lograr que nuestra voluntad y la suya sean una sola cosa. Todo esto siguiendo el camino que nos marca el mismo Evangelio.
Pero Don Manuel va más allá. La compañía de imitación no tiene como objetivo sólo imitar a Jesús que se hizo hombre para darnos el ejemplo, sino que hemos de imitar al Jesús que está en el Sagrario, e imitar la vida que Él lleva, vida de Hostia. Don Manuel la explica en tres pasos:
"Esta fe nos dice de cierto: primero, que está (presencia real permanente). Segundo, que está dispuesto a darse a todos en comida (Comunión). Y tercero, que está como Cordero sacrificado al Padre por todos (Misa)." (El abandono de los Sagrarios Acompañados)
Tres fundamentos esenciales en nuestra vida eucarística: la presencia del Señor en el Sacramento, la comunión eucarística y la celebración de la Eucaristía. Sólo esto es ya todo un plan para interiorizar, para vivir intensamente nuestro tiempo de adoración delante del Tabernáculo con toda la devoción de nuestra alma. Los minutos más importantes de nuestro día que son los que vienen después de haber comulgado, minutos preciosísimos que no podemos descuidar. Y la Santa Misa que es la oración por excelencia, la actualización del sacrificio redentor, el momento en que el pan y el vino se convierten en Su Cuerpo y Su Sangre.
Pero esos momentos que atesoramos, esa Eucaristía recibida, la debemos encarnar. Esa es la imitación, Hostia por Hostia:
"Unamos ese estar, darse y sacrificarse Jesús, Dios y Hombre verdadero, siempre y en cada Sagrario con su silencio e invisibilidad de Jesús Sacramentado, y qué más modelo?
Estar en nuestro deber: mandamientos de Dios y de la Iglesia, propio estado y voluntad de Dios en cada hora y minuto.
Darnos a nuestros prójimos buenos o malos, agradecidos o ingratos.
Y morir a nosotros mismos, y como corderos sacrificados ofrecernos a la mayor gloria de Dios y santificación propia y ajena, porque así lo hace Jesús Sacramentado, en silencio e invisiblemente como Él lo hace y para honrarlo y desagraviarlo en su caridad callada e invisible del Sagrario. Ésa es sin duda la más perfecta imitación y la más fecunda para Dios, para los hombres, para los pueblos y para nosotros mismos." (El abandono de los Sagrarios Acompañados)
Ciertamente no será fácil, pero tampoco imposible. Del Sagrario emana la fuerza del Sacramentado. En la comunión diaria es Él quien nos asimila. En la Santa Misa nos encontramos con su Palabra y con el prójimo a quien debemos amar. Después de estar con Él nos envía a todo el mundo. Somos portadores e imitadores del Jesús del Sagrario.
Hasta el Cielo.
P. César Piechestein, MED
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