«Proponer las vocaciones en la Iglesia local»
La Eucaristía es la fuente y la cumbre de la Iglesia. Si reconocemos esta verdad tenemos que reconocer que sin sacerdotes no hay Eucaristía y por lo tanto será tarea prioritaria en la Iglesia el promover y acompañar las vocaciones al sacerdocio ministerial. Su Santidad nos recuerda la centralidad de esta tarea y lo hace a partir del mismo Evangelio:
"El arte de promover y de cuidar las vocaciones encuentra un luminoso punto de referencia en las páginas del Evangelio en las que Jesús llama a sus discípulos a seguirle y los educa con amor y esmero. El modo en el que Jesús llamó a sus más estrechos colaboradores para anunciar el Reino de Dios ha de ser objeto particular de nuestra atención (cf. Lc 10,9). En primer lugar, aparece claramente que el primer acto ha sido la oración por ellos: antes de llamarlos, Jesús pasó la noche a solas, en oración y en la escucha de la voluntad del Padre (cf. Lc 6, 12), en una elevación interior por encima de las cosas ordinarias. La vocación de los discípulos nace precisamente en el coloquio íntimo de Jesús con el Padre. Las vocaciones al ministerio sacerdotal y a la vida consagrada son primordialmente fruto de un constante contacto con el Dios vivo y de una insistente oración que se eleva al «Señor de la mies» tanto en las comunidades parroquiales, como en las familias cristianas y en los cenáculos vocacionales."
Días atrás justamente recodábamos la unión existente entre la devoción eucarística y el surgir de las vocaciones sacerdotales en una comunidad cristiana. La oración por excelencia es la Santa Misa y a través de ella y de la adoración del Santísimo Sacramento, es que los cristianos escuchamos la llamada de Cristo a servirle, a estar con Él, a hacer su voluntad.
"El Señor, al comienzo de su vida pública, llamó a algunos pescadores, entregados al trabajo a orillas del lago de Galilea: «Veníos conmigo y os haré pescadores de hombres» (Mt 4, 19).La propuesta que Jesús hace a quienes dice «¡Sígueme!» es ardua y exultante: los invita a entrar en su amistad, a escuchar de cerca su Palabra y a vivir con Él; les enseña la entrega total a Dios y a la difusión de su Reino según la ley del Evangelio: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24); los invita a salir de la propria voluntad cerrada en sí misma, de su idea de autorrealización, para sumergirse en otra voluntad, la de Dios, y dejarse guiar por ella; les hace vivir una fraternidad, que nace de esta disponibilidad total a Dios (cf. Mt 12, 49-50), y que llega a ser el rasgo distintivo de la comunidad de Jesús: «La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros» (Jn 13, 35).También hoy, el seguimiento de Cristo es arduo; significa aprender a tener la mirada de Jesús, a conocerlo íntimamente, a escucharlo en la Palabra y a encontrarlo en los sacramentos; quiere decir aprender a conformar la propia voluntad con la suya."
"El arte de promover y de cuidar las vocaciones encuentra un luminoso punto de referencia en las páginas del Evangelio en las que Jesús llama a sus discípulos a seguirle y los educa con amor y esmero. El modo en el que Jesús llamó a sus más estrechos colaboradores para anunciar el Reino de Dios ha de ser objeto particular de nuestra atención (cf. Lc 10,9). En primer lugar, aparece claramente que el primer acto ha sido la oración por ellos: antes de llamarlos, Jesús pasó la noche a solas, en oración y en la escucha de la voluntad del Padre (cf. Lc 6, 12), en una elevación interior por encima de las cosas ordinarias. La vocación de los discípulos nace precisamente en el coloquio íntimo de Jesús con el Padre. Las vocaciones al ministerio sacerdotal y a la vida consagrada son primordialmente fruto de un constante contacto con el Dios vivo y de una insistente oración que se eleva al «Señor de la mies» tanto en las comunidades parroquiales, como en las familias cristianas y en los cenáculos vocacionales."
Días atrás justamente recodábamos la unión existente entre la devoción eucarística y el surgir de las vocaciones sacerdotales en una comunidad cristiana. La oración por excelencia es la Santa Misa y a través de ella y de la adoración del Santísimo Sacramento, es que los cristianos escuchamos la llamada de Cristo a servirle, a estar con Él, a hacer su voluntad.
"El Señor, al comienzo de su vida pública, llamó a algunos pescadores, entregados al trabajo a orillas del lago de Galilea: «Veníos conmigo y os haré pescadores de hombres» (Mt 4, 19).La propuesta que Jesús hace a quienes dice «¡Sígueme!» es ardua y exultante: los invita a entrar en su amistad, a escuchar de cerca su Palabra y a vivir con Él; les enseña la entrega total a Dios y a la difusión de su Reino según la ley del Evangelio: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24); los invita a salir de la propria voluntad cerrada en sí misma, de su idea de autorrealización, para sumergirse en otra voluntad, la de Dios, y dejarse guiar por ella; les hace vivir una fraternidad, que nace de esta disponibilidad total a Dios (cf. Mt 12, 49-50), y que llega a ser el rasgo distintivo de la comunidad de Jesús: «La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros» (Jn 13, 35).También hoy, el seguimiento de Cristo es arduo; significa aprender a tener la mirada de Jesús, a conocerlo íntimamente, a escucharlo en la Palabra y a encontrarlo en los sacramentos; quiere decir aprender a conformar la propia voluntad con la suya."
Si bien la juventud contemporánea a simple vista parece huir de los grandes ideales, si nos fijamos bien podremos encontrar en ellos el deseo de trascender, de darle un significado mayor a sus vidas. Nadie quiere pasar por el mundo sin dejar una huella, sin hacer la diferencia. Y todos sabemos que las grandes metas sólo se alcanzan cuando se hacen grandes esfuerzos.
El Papa recuerda el deber de las diócesis y en especial de las parroquias de alentar y acompañar a los jóvenes, brindándoles la oportunidad de participar activamente en la comunidad. Es así como aprenderán a sentirse responsables de la Iglesia, discípulos de Cristo.
El Papa recuerda el deber de las diócesis y en especial de las parroquias de alentar y acompañar a los jóvenes, brindándoles la oportunidad de participar activamente en la comunidad. Es así como aprenderán a sentirse responsables de la Iglesia, discípulos de Cristo.
"Es importante alentar y sostener a los que muestran claros indicios de la llamada a la vida sacerdotal y a la consagración religiosa, para que sientan el calor de toda la comunidad al decir «sí» a Dios y a la Iglesia. Conviene que cada Iglesia local se haga cada vez más sensible y atenta a la pastoral vocacional, educando en los diversos niveles: familiar, parroquial y asociativo, principalmente a los muchachos, a las muchachas y a los jóvenes —como hizo Jesús con los discípulos— para que madure en ellos una genuina y afectuosa amistad con el Señor, cultivada en la oración personal y litúrgica; para que aprendan la escucha atenta y fructífera de la Palabra de Dios, mediante una creciente familiaridad con las Sagradas Escrituras; para que comprendan que adentrarse en la voluntad de Dios no aniquila y no destruye a la persona, sino que permite descubrir y seguir la verdad más profunda sobre sí mismos; para que vivan la gratuidad y la fraternidad en las relaciones con los otros, porque sólo abriéndose al amor de Dios es como se encuentra la verdadera alegría y la plena realización de las propias aspiraciones."
"Por eso, cada momento de la vida de la comunidad eclesial —catequesis, encuentros de formación, oración litúrgica, peregrinaciones a los santuarios— es una preciosa oportunidad para suscitar en el Pueblo de Dios, particularmente entre los más pequeños y en los jóvenes, el sentido de pertenencia a la Iglesia y la responsabilidad de la respuesta a la llamada al sacerdocio y a la vida consagrada, llevada a cabo con elección libre y consciente".
Será entonces cuestión de generar los espacios y las oportunidades para que nuestros jóvenes puedan ser evangelizados y madurando en la fe, aquellos que Jesús escogió, sepan responder con generosidad a la llamada.
danos Señor muchos y santos sacerdotes.
Hasta el Cielo.
P. César Piechestein, MED
Será entonces cuestión de generar los espacios y las oportunidades para que nuestros jóvenes puedan ser evangelizados y madurando en la fe, aquellos que Jesús escogió, sepan responder con generosidad a la llamada.
danos Señor muchos y santos sacerdotes.
Hasta el Cielo.
P. César Piechestein, MED
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