El Beato Manuel González empeñó la mayor parte de sus energías en buscarle compañía al Abandonado del Sagrario. Creo que ha sido a través de sus enseñanzas que muchos hemos reencontrado el valor de este pequeño hogar que, en cada templo, acoge el Cuerpo Eucarístico de nuestro Señor. Yo quiero compartirles la historia de amor que me une al sagrario de mi parroquia y cómo me acompañó aún cuando estaba muy lejos.
El Sagrario de mi juventud |
Cuando tenía trece años y apenas nos habíamos mudado al norte de Guayaquil, me inscribieron en la catequesis de la confirmación. Fue en aquel entonces que por primera vez me vi frente al sagrario de la parroquia de Nuestra Señora de la Alborada. Justo a los pies de la Virgen, plateado y brillante. Debo confesar que al principio no me fijé mucho en los detalles, aunque me pareció un tabernáculo más grande que los que había visto antes.
Pasó el año de catequesis y recibí el sacramento que me impulsó a ser “soldado de Cristo” como siempre nos recordaba nuestro catequista y repetía nuestro párroco. Ingresé a la Comunidad Misionera Jarcia y fui descubriendo la importancia de la oración. Fue en esa época que me vinculé al sagrario. Me percaté del detalle de la puerta, donde en alto relieve se mostraba a San José y a Santa María que llevan de la mano al Niño Dios que camina entre ellos dos. Esa puerta, esa imagen, era el centro de mis miradas, el eje de mi oración.
Y así pasaron los años, yo y aquel sagrario de mi parroquia nos fuimos haciendo amigos. Es verdad que también visitaba otros sagrarios, sobre todo el de la universidad y cuando nos mudamos más al norte, el sagrario de mi nueva parroquia. Pero el sagrario de la Alborada era como el primer amor, al que siempre se vuelve.
La puerta del Sagrario |
Sucedió que cuando llegó el día de marcharme al seminario, en la ciudad de Ibarra a once horas de casa, el Escondido del Sagrario me regaló una sorpresa. Nada más llegar a mi nuevo hogar, el Seminario Mayor Nuestra Señora de la Esperanza, fui a visitar la capilla. No puedo describir la emoción que me llenó cuando vi por primera vez el sagrario. Era exactamente la misma puerta, la misma imagen de mi viejo amigo. Eran poquísimos los detalles que diferenciaban éste sagrario, de aquel que me había acompañado durante mi adolescencia en la parroquia. Era como si se hubiera venido conmigo.
Poco antes de concluir los años de seminario, uno de mis formadores me puso en las manos “Lo que puede un Cura hoy”. Fue así que conocí a Don Manuel y comencé a admirar su pasión por buscarle adoradores al Corazón Eucarístico de Cristo. Y mi amor por aquel sagrario que me seguía acompañando encontró un mentor y un fundamento, el Beato Manuel y “darle y buscarle compañía al Abandonado del Sagrario”.
Lugar actual del Sagrario |
Volví a mi parroquia, después de los seis años de formación. Quiso Dios que celebrara mi primera Misa a los pies de mi Sagrario y que mi primer año de sacerdocio transcurriera en la misma parroquia de mis años mozos. Y siempre acompañado de aquel sagrario.
Hoy, diez años más tarde, sigo visitando el sagrario de mi corazón. Doy gracias a Cristo que me enseñó a amar su presencia eucarística a través de la contemplación de esa puerta y que me regaló en Don Manuel un ejemplo a seguir. Y es mi deseo que cada uno de ustedes encuentre también un sagrario que les acompañe y al que ustedes puedan acompañar, porque el amor siempre es recíproco.
Hasta el Cielo.
P. Cèsar Piechestein, MED
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