Nuestra misión es :"Remediar los tres abandonos más perjudiciales de un pueblo,
el de Jesús Sacramentado,
el del cura
y el de las almas."
(Beato Manuel González)

jueves, 30 de diciembre de 2010

Delante del Sagrario - Compañía de Compasión

Hoy en la mañana celebré la Santa Misa en el hogar de ancianos Victoria, acá en Roma. La protagonista del pasaje evangélico era la profetisa Ana. Llama la atención el compromiso de ésta viuda que, según afirma el Evangelio, no se separaba del Templo, ayunaba y hacía oración. Parecería que su relación con Dios no podría ser más profunda, y sin embargo lo fue. 

Ella como tantos en Israel, oraba y esperaba que llegara el Mesías prometido. Y dice San Lucas que al saber del Niño "alababa a Dios y hablaba del Niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén." (Lc 2,38) Comenzó  para ella en aquel momento, a sus 84 años, una nueva dimensión espiritual. Había visto cumplida la promesa por la que oraba, era el momento de comenzar a anunciar la redención. 

En la profetisa Ana se hace realidad lo que el Beato Manuel llama la "Compañía de Compasión". Antes de aquel día Ana servía al Señor de una manera, podríamos decir con una compañía de presencia. Aún no conocía al Mesías, pero lo esperaba, la promesa era el fundamento de su fe. Una vez que conoció a Jesús, cambió todo, pues su fe se vio premiada. Desde aquel momento se une a Cristo, a la redención, pues era eso precisamente lo que ella deseaba. Así es que nos propone Don Manuel que debemos unirnos a Cristo.

"En menos palabras: si Jesús está en el Sagrario para prolongar, extender y perpetuar su Encarnación y su Redención, lo menos que yo debo hacer es presentarle mi alma entera con sus potencias, y mi cuerpo entero con sus sentidos, para que se llenen y empapen de sentimientos, ideas y afectos de Jesús Redentor encarnado y sacramentado …" (Beato Manuel González)

Es así que se entregó Ana, y es así que nos debemos de entregar nosotros también. No basta con estar presentes delante del Sagrario, hemos de procurar "sentir con" Jesús, esa es la compañía de compasión. No será tarea fácil, pero es la meta, es el salto cualitativo que dio la profetisa.

"Si Jesús está en el Sagrario con el corazón palpitante de amor sin fin a su Padre y de amor hasta el fin a nosotros; si ese amor que sube a su Padre es infinitamente latréutico, porque lo alaba como El se merece, e infinitamente Eucarístico, porque le da gracias por los beneficios que nos hace hasta dejarlo satisfecho, e infinitamente expiatorio, porque lo aplaca por los pecados con que le ofendemos, hasta ponerlo en paz; y es infinitamente impetratorio, porque con clamor válido intercede y ruega por nosotros; y si ese amor desciende desde su Corazón a los hijos de los hombres, es amor de padre, hartas veces menospreciado; de Hermano casi siempre desairado; de amigo, las más de las veces abandonado; de Esposo muy poco correspondido; y de Rey, muchas veces desobedecido, vilipendiado y traicionado … " (Beato Manuel González)

En psicología se habla de empatía, es decir que me pongo en el lugar del otro, tomo su sitio y procuro sentir lo que siente. No es simple solidaridad, es una consecuencia clave del amor. Es así que sucede entre quienes se aman: el dolor que padece el ser amado lo siento mío, su alegría igual.

"Si todo esto es así, yo debo estar ante el Sagrario con todo mi corazón y con todo el amor de él, para sumergirme en aquel Corazón y palpitar con sus mismas palpitaciones y amar como El ama, alabando, agradeciendo, expiando, intercediendo al Padre Celestial y disponiéndome a darme por Él de todos los modos a mis prójimos hasta el fin, sin esperar nada …" (Beato Manuel González)

Es así como quiere Jesús que lo acompañemos. Somos sus instrumentos, el ora a través de nosotros. Frente al Sagrario nos ofrecemos a Él, nos unimos a sus sentimientos, a sus intensiones. 

Ahora que estamos por iniciar un nuevo año y que seguramente pensamos en hacer algunos propósitos incluyamos este: hacer de nuestra presencia frente al Sagrario una auténtica compañía de compasión. No nos conformemos con estar ahí, procuremos sentir con Él, amar como ama Él.
Hasta el Cielo.

P. César Piechestein, MED

jueves, 23 de diciembre de 2010

¡ Un Niño nos ha nacido ! - Saludo Navideño

Creo que no soy el único preocupado por el acelerado ritmo que se nota en éstos días cercanos a la Navidad. Tantos compromisos "sociales", tantas cenas y reuniones que cada vez son menos sentidas y más superficiales. Y es que aunque ganas nos faltan, como que no se puede dejar de cumplir, para no "quedar mal".

Cuidado y caemos en la trampa y terminamos tomándole fastidio a una fiesta tan importante. No es necesario hacer tanto y aunque no podamos por ahora generar un cambio social, si que podemos empezar por nuestra casa. Olvidemos lo menos importante y démosle espacio a lo que verdaderamente cuenta: estar con Dios y estar en familia.

Que este tiempo nos ayude a revalorizar la amistad y el amor que Dios nos ha regalado y que viene demostrado en la Encarnación de su Hijo. Ese niño es el milagro más grande de la historia, que nos enseña lo importante de un Dios que nace en una familia. No te lo pierdas, no desaproveches ese regalo que tienes en la Iglesia, que tienes en tu hogar.Les deseo, aún a la distancia, con toda la fuerza de mi corazón, una Santa Navidad.
Hasta el Cielo.

P. César Piechestein
elcuradetodos

miércoles, 8 de diciembre de 2010

En la Solemnidad de María Inmaculada - ¡Madre que no nos cansemos!

¡Madre nuestra! ¡Una petición! : ¡Que no nos cansemos!
Sí, aunque el desaliento por el poco fruto o por la ingratitud nos asalte, aunque la flaqueza nos ablande, aunque el furor enemigo nos persiga y nos calumnie, aunque nos flaten el dinero y los auxilios humanos, aunque vinieran al suelo nuestras obras y tuviéramos que empezar de nuevo ... ¡Madre querida ... ! ¡Que no nos cansemos!
Firmes, decididos, alentados, sonrientes siempre, con los ojos del alma fijos en el Corazón de Jesús que está en el Sagrario, ocupemos nuestro puesto, el que a cada cual ha señalado Dios.
¡Nada de volver la cara atrás!
¡Nada de cruzarse de brazos!
¡Nada de estériles lamentos!
Mientras nos quede una gota de sudor o de sangre que derramar, unas monedas que repartir, un poco de energía que gastar, una palabra que decir, un aliento de nuestro corazón, un poco de fuerza en nuestras manos o en nuestros pies ... que puedan servir para dar gloria a El y a Ti y para hacer un poco de bien a nuestros hermanos ...
¡Madre mía, por última vez!
¡Morir antes que cansarnos!

Beato Manuel González

domingo, 5 de diciembre de 2010

Testimonio desde la Misión - Carta de San Francisco Javier a San Ignacio de Loyola

¡AY DE MÍ SI NO ANUNCIARA LA BUENA NUEVA!

No cabe duda de que una característica esencial a la vocación sacerdotal es la sed de almas. San Francisco Javier nos da un gran testimonio que es también una llamada de atención. Ser cristiano, ser sacerdote, implica ser también misionero. No podemos acomodarnos y convencernos de que ya hemos hecho suficiente, cuando hay tantos que aún no conocen a Cristo, que aún no hay recibido la buena nueva de Dios que se ha hecho carne y que vive entre nosotros porque se ha hecho Pan. La descripción que hace el Santo Misionero de los pueblos que enocontró en su camino, no se diferencia mucho de la que hace el Beato Manuel de la realidad de los pueblos de España a principios del siglo pasado. Tantos son también hoy los cristianos condenados a una vida espiritual mediocre porque no cuentan con un sacerdote que los guíe y acompañe en el camino de la fe. Leamos con atención sincera las letras del patrono de universal de las misiones.

"Visitamos las aldeas de los neófitos, que pocos años antes habían recibido la iniciación cristiana. Esta tierra no es habitada por los portugueses, ya que es sumamente estéril y pobre, y los cristianos nativos, privados de sacerdotes, lo único que saben es que son cristianos. No hay nadie que celebre para ellos la misa, nadie que les enseñe el Credo, el Padrenuestro, el Avemaría o los mandamientos de la ley de Dios.

Por esto, desde que he llegado aquí, no me he dado momento de reposo: me he dedicado a recorrer las aldeas, a bautizar a los niños que no habían recibido aún este sacramento. De este modo, purifiqué a un número ingente de niños que, como suele decirse, no sabían distinguir su mano derecha de la izquierda. Los niños no me dejaban recitar el Oficio divino ni comer ni descansar, hasta que les enseñaba alguna oración; entonces comencé a darme cuenta de que de ellos es el reino de los cielos.

Por tanto, como no podía cristianamente negarme a tan piadosos deseos, comenzando por la profesión de fe en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, les enseñaba el Símbolo de los apóstoles y las oraciones del Padrenuestro y el Avemaria. Advertí en ellos gran disposición, de tal manera que, si hubiera quien los instruyese en la doctrina cristiana, sin duda llegarían a ser unos excelentes cristianos.

Muchos, en estos lugares, no son cristianos, simplemente porque no hay quien los haga tales. Muchas veces me vienen ganas de recorrer las universidades de Europa, principalmente la de París, y de ponerme a gritar por doquiera, como quien ha perdido el juicio, para impulsar a los que poseen más ciencia que caridad, con estas palabras: «¡Ay, cuántas almas, por vuestra desidia, quedan excluidas del cielo y se precipitan en el infierno!»

¡Ojalá pusieran en este asunto el mismo interés que ponen en sus estudios! Con ello podrían dar cuenta a Dios de su ciencia y de los talentos que les han confiado. Muchos de ellos, movidos por estas consideraciones y por la meditación de las cosas divinas, se ejercitarían en escuchar la voz divina que habla en ellos y, dejando de lado sus ambiciones y negocios humanos, se dedicarían por entero a la voluntad y al arbitrio de Dios, diciendo de corazón: «Señor, aquí me tienes; ¿qué quieres que haga? Envíame donde tú quieras, aunque sea hasta la India.»