Nuestra misión es :"Remediar los tres abandonos más perjudiciales de un pueblo,
el de Jesús Sacramentado,
el del cura
y el de las almas."
(Beato Manuel González)

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viernes, 11 de septiembre de 2015

Cirineos : ayudando a cargar la Cruz a Jesucristo Sacerdote



Hace apenas un mes ha iniciado en Guayaquil una obrita que busca continuar “dando y buscando compañía al Abandonado del Sagrario”. Siguiendo la espiritualidad eucarístico-reparadora que Don Manuel sembró y cultivó en la Iglesia, un pequeño grupo de varones ha decidido asumir la tarea de ayudar a cargar la Cruz a Jesucristo Sacerdote.


Ha sido un fruto de los Retiros Espirituales Eucarísticos, otra iniciativa que realizamos cada primer domingo de mes ya desde hace tres años y que ha tenido una gran acogida en la ciudad. Las Madres Sacerdotales organizaban una exposición de libros de Don Manuel y además invitaban a sus reuniones. Había una opción para las mujeres que quisieran adoptar espiritualmente a un sacerdote, pero para varones no existía una obra.

Por iniciativa de mi papá, Carlos Piechestein, y con la compañía de otros cinco varones adultos, arrancó la obra que tiene como principal objetivo acompañar a Jesús Sacramentado y al sacerdote. La lectura reflexiva de los libros de Don Manuel, la adoración eucarística, la comunión diaria ofrecida por los Misioneros Eucarísticos Diocesanos, el sostén de las vocaciones sacerdotales y la oración por ellas, son los objetivos de la comunidad.

A quienes quieran ser parte de esta obra les extendemos la invitación. La cita es cada miércoles a partir de las 19h00 en la parroquia San Alejo (Eloy Alfaro 302 y Luzárraga, Bahía de Guayaquil). Se empieza con la Santa Misa, para pasar luego a la reunión y terminar con la visita al Santísimo Sacramento.

P. César Piechestein
Misionero Eucarístico Diocesano

miércoles, 20 de febrero de 2013

La receta de Don Manuel



Hace quince días tuve la bendición de hacer mis ejercicios espirituales anuales. Fuimos un nutrido grupo de sacerdotes, más de ochenta, los que pudimos orar y meditar las verdades que Cristo proclamó y que la Iglesia continua predicando. 

Cada día teníamos una hora de adoración eucarística en grupo y uno de nosotros debía dirigir la misma. El segundo día me tocaba hacerlo y aproveché para leerles varios pasajes de los escritos de Don Manuel. El libro escogido fue “En busca del Escondido”, de más está decir que es uno de mis favoritos.

A uno de mis compañeros le llamó mucho la atención el párrafo que les comparto a continuación. Aunque no me he puesto a averiguar si Don Manuel poseía artes culinarias, creo que esta receta que nos brinda es de las más importantes y por lo tanto digna de ponerse por obra:

"Receta para ser grande

Mientras más hombres voy tratando y más obras suyas conociendo, me convenzo de que la medida de la grandeza de éstos, está en proporción inversa con la medida de su distancia respecto del Sagrario.

Es decir, a más distancia menos grandeza; a menos distancia, más grandeza.

Por eso los santos, que son los hombres en todo grandes de verdad, llegan a serlo cuando acortan tanto su distancia al Sagrario que se convierten ellos mismos en Sagrarios con dos pies, en los que va muy a gusto el Jesús de su Comunión.

                                   ¿Receta para ser grande?
                                   Hacerse Sagrario."

(Obras Completas n. 2696)

Creo que todos, de una manera o de otra, queremos ser grandes. Nadie quiere pasar por el mundo sin dejar su huella, sin trascender. Claro que hay modos y modos de ser grande. Nosotros queremos, o al menos, deberíamos querer ser grandes como los santos. Esa grandeza que no sólo deja huella en la historia y en la vida de muchos, sino que nos hace grandes a los ojos de Dios, que es quien mejor paga. Don Manuel resume el método con la cercanía que podamos tener al Sagrario. Claro está, no es sólo la cercanía física sino que nos convirtamos nosotros en Sagrarios, en portadores de Cristo, en Evangelios con pies.

Así que a ponernos a los pies del Abandonado. Seguro que hará en nosotros grandes cosas, como lo hizo en su Madre. Seamos almas de Sagrarios, sacerdotes con corazón de Eucaristía.

P. César Piechestein, MED

lunes, 25 de junio de 2012

Misa y adoración se complementan - Benedicto XVI


Creo que estarán de acuerdo conmigo cuando afirmo que tenemos un Papa que nunca deja de producirnos admiración. En él se conjugan la ternura de un padre o más bien abuelo y la sabiduría que el estudio, la oración y las canas dan. Tuve la oportunidad de estar presente en la Santa Misa que celebró en la solemnidad de Corpus Domini en San Juan de Letrán y me quedé muy motivado con su presencia y su homilía. El corazón de su mensaje fue la importancia del culto eucarístico, de la adoración y su unión al sacrificio eucarístico. Aquí una de las más fuertes afirmaciones:
«La acción litúrgica sólo puede expresar su pleno significado y valor si va precedida, acompañada y seguida de esta actitud interior de fe y de adoración. El encuentro con Jesús en la santa misa se realiza verdadera y plenamente cuando la comunidad es capaz de reconocer que él, en el Sacramento, habita su casa, nos espera, nos invita a su mesa, y luego, tras disolverse la asamblea, permanece con nosotros, con su presencia discreta y silenciosa, y nos acompaña con su intercesión, recogiendo nuestros sacrificios espirituales y ofreciéndolos al Padre».

Creo que si algunos todavía pensaban que la adoración eucarística era cosa sólo de algunos “devotos”, con las palabras del Papa la cosa ha quedado más que clara. No podemos sino afirmar junto al Sumo Pontífice, lo que desde siempre predicó Don Manuel: si amamos a Cristo, si reconocemos su presencia en el Sacramento, si creemos que la Santa Misa es la fuente de todas las gracias, no podemos dejar a Jesús abandonado en el Sagrario. Y de la adoración eucarística, afirma el Papa, se desarrolla la vida interior, la comunión con Jesús:
«Estar todos en silencio prolongado ante el Señor presente en su Sacramento es una de las experiencias más auténticas de nuestro ser Iglesia, que va acompañado de modo complementario con la de celebrar la Eucaristía, escuchando la Palabra de Dios, cantando, acercándose juntos a la mesa del Pan de vida. Comunión y contemplación no se pueden separar, van juntas. Para comulgar verdaderamente con otra persona debo conocerla, saber estar en silencio cerca de ella, escucharla, mirarla con amor. El verdadero amor y la verdadera amistad viven siempre de esta reciprocidad de miradas, de silencios intensos, elocuentes, llenos de respeto y veneración, de manera que el encuentro se viva profundamente, de modo personal y no superficial. Y lamentablemente, si falta esta dimensión, incluso la Comunión sacramental puede llegar a ser, por nuestra parte, un gesto superficial».

Creo que ésta homilía ha sido el mejor regalo y la mayor confirmación a nuestro apostolado eucarístico reparador. La Eucaristía es Jesús, Él es la fuente y cumbre de la Iglesia. Estar en comunión con Él nos pone también en comunión con los hermanos, es así que podremos, con palabras de Don Manuel, “eucaristizar” el mundo.
«En el momento de la adoración todos estamos al mismo nivel, de rodillas ante el Sacramento del amor. El sacerdocio común y el ministerial se encuentran unidos en el culto eucarístico».
(Homilía del San Padre Benedicto XVI en la solemnidad del Corpus Domini, Roma 2012)

P. César Piechestein, MED

jueves, 7 de junio de 2012

Adoración y Comunión: compañeras inseparables


Uno de los mecanismos usados para poder descubrir si se están logrando los objetivos que se ha propuesto un grupo humano, es la evaluación. En una parroquia es necesario plantearse metas, que serán siempre la consecuencia práctica de lo propuesto por el plan de pastoral diocesano. Sin embargo, como una parroquia no es igual a una empresa comercial, la evaluación de la misma requiere métodos distintos.

La idea no es ponerme ahora a hacer una lista de métodos para evaluar, sino sólo reflexionar sobre lo que realmente cuenta en una comunidad cristiana. Cuando un Misionero Eucarístico regresaba de una misión, entregaba a Don Manuel el informe de la misma. Podemos leer un ejemplo detallado en el libro “Artes para ser Apóstol”, pero baste con decir que el elemento clave era siempre el número de comuniones.

Sin embargo ese era sólo el comienzo. Sabemos perfectamente que Don Manuel no se conformaba con que aumentase el número de comulgantes, su aspiración era que creciera la devoción eucarística, que Jesús no siguiera siendo el Abandonado. Y es que comunión y adoración van juntas, siempre que los comulgantes hayan interiorizado en el Misterio del Sacramento. Así lo afirma el Papa Benedicto XVI:

«De hecho, no es que en la Eucaristía simplemente recibamos algo. Es un encuentro y una unificación de personas, pero la persona que viene a nuestro encuentro y desea unirse a nosotros es el Hijo de Dios. Esa unificación sólo puede realizarse según la modalidad de la adoración. Recibir la Eucaristía significa adorar a Aquel a quien recibimos. Precisamente así, y sólo así, nos hacemos uno con él. Por eso, el desarrollo de la adoración eucarística, como tomó forma a lo largo de la Edad Media, era la consecuencia más coherente del mismo misterio eucarístico: sólo en la adoración puede madurar una acogida profunda y verdadera. Y precisamente en este acto personal de encuentro con el Señor madura luego también la misión social contenida en la Eucaristía y que quiere romper las barreras no sólo entre el Señor y nosotros, sino también y sobre todo las barreras que nos separan a los unos de los otros». 
(Discurso a la Curia Romana, 22 de diciembre 2005)

En conclusión, si queremos realmente que nuestras parroquias crezcan y maduren, que produzcan frutos de santidad y abundantes vocaciones sacerdotales, que rebosen de laicos comprometidos con la evangelización y la acción social, tenemos que cultivar la adoración eucarística, porque seguramente la Santa Misa la celebramos cada día.

"Nadie come esta carne sin antes adorarla; ... pecaríamos si no la adoráramos" 
(San Agustín)

P. César Piechestein, MED

martes, 8 de mayo de 2012

Abandono del Sagrario: el mayor mal de todos los males


Hablar del Beato Manuel González, es hablar del abandono de Jesús Sacramentado. Para él, que consagró todo su sacerdocio a dar y buscar compañía al Sagrario, no existía un mal más grande que la soledad a la que se condenaba a Jesús en tantos pueblos. Lo afirmó categóricamente:

«Tengo la persuasión firmísima de que prácticamente el mayor mal de todos los males y causa de todo mal, no sólo en el orden religioso, sino en el moral, social y familiar es el abandono del Sagrario».

Como hijos de la Iglesia, reconocemos en el Santísimo Sacramento, la fuente y cumbre de nuestra madre y maestra. Todo gira alrededor del “misterio de nuestra fe”, como lo afirmamos en la Santa Misa. De ahí que la mayor pobreza que pueda sufrir un pueblo, es quedarse sin el Sacramento. Pero existen muchas parroquias donde, aunque se celebra la Misa, la relación de los fieles con Jesús Sacramentado es pobre y tantas veces inexistente. Así se explica porque tantas parroquias parecen muertas, languidecen, desfallecen de hambre y sed de Dios, aún teniéndolo tan cerca:

«Si no hay otro nombre en el que pueda haber salvación fuera del nombre de Jesús; si la Sagrada Eucaristía, adorada, visitada, comulgada y sacrificada, es la aplicación de esa salud y, por tanto, la fuente más abundante de gloria para Dios, de reparación por los pecados de los hombres y de bienes para el mundo, el abandono de la Sagrada Eucaristía, al cegar la corriente de esta fuente, priva a Dios de la mayor gloria que de los hombres puede recibir, y a éstos de los mayores y mejores bienes que de Dios pueden esperar».

Una parroquia eucarística rebosa gracia, su testimonio atrae a quienes estaban lejos. Un parroquia con un Sagrario acompañado verá pronto una cosecha abundante en santidad de vida, en vocaciones sacerdotales, en transformación social. Sólo una sincera devoción a Jesús Sacramentado puede vencer la tan propagada tibieza espiritual.

«Revistiendo el abandono del Sagrario, dentro de las ofensas contra la Sagrada Eucaristía, una gravedad especial y trascendental, urge una obra que haga fin especial suyo combatir el abandono y la soledad de los Sagrarios». (Aunque todos… yo no, p. 86-87)

Es así que surge la obra eucarística y reparadora de Don Manuel, de la cual los Misioneros Eucarísticos Diocesanos somos parte. Quiera Dios que cada vez sean más los dispuestos a encarnarla, llevando al Jesús de su Sagrario compañía abundante.

P. César Piechestein, MED