Hablar del Beato Manuel González, es hablar del
abandono de Jesús Sacramentado. Para él, que consagró todo su sacerdocio a dar
y buscar compañía al Sagrario, no existía un mal más grande que la soledad a la
que se condenaba a Jesús en tantos pueblos. Lo afirmó categóricamente:
«Tengo la persuasión firmísima de que prácticamente el
mayor mal de todos los males y causa de todo mal, no sólo en el orden
religioso, sino en el moral, social y familiar es el abandono del Sagrario».
Como hijos de la Iglesia, reconocemos en el Santísimo
Sacramento, la fuente y cumbre de nuestra madre y maestra. Todo gira alrededor
del “misterio de nuestra fe”, como lo afirmamos en la Santa Misa. De ahí que la
mayor pobreza que pueda sufrir un pueblo, es quedarse sin el Sacramento. Pero
existen muchas parroquias donde, aunque se celebra la Misa, la relación de los
fieles con Jesús Sacramentado es pobre y tantas veces inexistente. Así se
explica porque tantas parroquias parecen muertas, languidecen, desfallecen de
hambre y sed de Dios, aún teniéndolo tan cerca:
«Si no hay otro nombre en el que pueda haber salvación
fuera del nombre de Jesús; si la Sagrada Eucaristía, adorada, visitada,
comulgada y sacrificada, es la aplicación de esa salud y, por tanto, la fuente
más abundante de gloria para Dios, de reparación por los pecados de los hombres
y de bienes para el mundo, el abandono de la Sagrada Eucaristía, al cegar la
corriente de esta fuente, priva a Dios de la mayor gloria que de los hombres
puede recibir, y a éstos de los mayores y mejores bienes que de Dios pueden
esperar».
Una parroquia eucarística rebosa gracia, su testimonio
atrae a quienes estaban lejos. Un parroquia con un Sagrario acompañado verá
pronto una cosecha abundante en santidad de vida, en vocaciones sacerdotales,
en transformación social. Sólo una sincera devoción a Jesús Sacramentado puede
vencer la tan propagada tibieza espiritual.
«Revistiendo el abandono del Sagrario, dentro de las
ofensas contra la Sagrada Eucaristía, una gravedad especial y trascendental,
urge una obra que haga fin especial suyo combatir el abandono y la soledad de los
Sagrarios». (Aunque todos… yo no, p. 86-87)
Es así que surge la obra eucarística y reparadora de
Don Manuel, de la cual los Misioneros Eucarísticos Diocesanos somos parte.
Quiera Dios que cada vez sean más los dispuestos a encarnarla, llevando al
Jesús de su Sagrario compañía abundante.
P. César Piechestein, MED
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