Hoy en día el éxito es la única meta de muchos. Ni la felicidad, ni la realización personal que motivaba a tantas son ya motores capaces de empujar. Sólo el éxito personal conseguido a cualquier costo (ético, moral, espiritual) parece ser capaz de lograr que cada persona se mueva. Lo que más preocupa es que también los sacerdotes caigamos en la misma red.
Jesús nunca evaluó a sus apóstoles por los resultados logrados. De hecho si de calificaciones se tratara, a algunos de ellos les hubiese tocado “repetir el año”. La lista de fracasos fue bastante larga: la traición de Judas, las negaciones de Pedro, el abandono de la mayoría durante la pasión y la Cruz, etc.
También Jesús fracasó a los ojos del mundo. Hoy tendríamos que descubrir cuáles fueron esos fracasos y es Don Manuel quien nos los presenta. Lógicamente cada uno de ellos nos deja una lección valiosísima que debemos encarnar en nuestras vidas. ¡Benditos fracasos de Jesús!
Don Manuel nos presenta como primer fracaso el de su vida oculta. Durante treinta años vivió en su pueblo y seguramente fue tan bueno como siempre. Sin embargo cuando regresa a visitarlos, ellos no hacen sino atacarlo y pretenden hasta matarlo. El segundo fracaso es el de su vida pública que parecía un gran éxito. Al final, al pie de la Cruz sólo le quedan tres mujeres y el más joven de los discípulos. Todos los demás lo abandonaron. Los mismos que le cantaban “Hosanna al Hijo de David” el día de ramos, poco después gritaban “Crucifícalo”. El tercero y quizás el más doloroso es el fracaso de su vida eucarística. Dos mil años presente en los Sagrarios, haciéndose realmente presente en cada Santa Misa, y tan abandonado, desconocido y maltratado.
Pero Dios que de los males saca bienes, saca también de éstos fracasos, frutos y virtudes. Lo explica el Beato Manuel:
“El fracaso de la vida oculta, es el triunfo del amor humilde. El fracaso de la vida pública es el triunfo del amor misericordioso. Y el fracaso de la vida eucarística es el triunfo del amor en perpetuo sacrificio.” (Así ama Él, Beato Manuel)
Si el mundo no ha saltado ya roto en miles de pedazos por la soberbia, la ferocidad y la lujuria de los hombres, y todavía hay hogares felices y hombres y mujeres que se sacrifican por sus hermanos y viven como ángeles, se debe a que sobre la misma tierra y bajo los mismos techos que los malos y los buenos viven, pasó y mora la humildad, la misericordia y el amor oculto y callado del Corazón de Jesús.
Somos sacerdotes, somos pastores y como tales somos responsables no sólo de nuestra fe, sino también de la de nuestros hermanos. No podemos pretender una vida de éxitos a los ojos de mundo, sino una de fracasos. Son los fracasos según el mundo los que traen la victoria eterna, los que traen la salvación al mundo, así como el fracaso de la Cruz. Sólo ese “fracaso” momentáneo nos entregó la victoria eterna de la resurrección.
“No lo olvidéis, fracasados de Jesús: confiando en Él e imitándolo no hay fracasos ni reales ni definitivos!” (Beato Manuel)
Hasta el Cielo.
P. César Piechestein, MED
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