Uno de los
mecanismos usados para poder descubrir si se están logrando los objetivos que
se ha propuesto un grupo humano, es la evaluación. En una parroquia es necesario
plantearse metas, que serán siempre la consecuencia práctica de lo propuesto
por el plan de pastoral diocesano. Sin embargo, como una parroquia no es igual
a una empresa comercial, la evaluación de la misma requiere métodos distintos.
La idea no es
ponerme ahora a hacer una lista de métodos para evaluar, sino sólo reflexionar
sobre lo que realmente cuenta en una comunidad cristiana. Cuando un Misionero
Eucarístico regresaba de una misión, entregaba a Don Manuel el informe de la
misma. Podemos leer un ejemplo detallado en el libro “Artes para ser Apóstol”,
pero baste con decir que el elemento clave era siempre el número de comuniones.
Sin embargo
ese era sólo el comienzo. Sabemos perfectamente que Don Manuel no se conformaba
con que aumentase el número de comulgantes, su aspiración era que creciera la
devoción eucarística, que Jesús no siguiera siendo el Abandonado. Y es que
comunión y adoración van juntas, siempre que los comulgantes hayan
interiorizado en el Misterio del Sacramento. Así lo afirma el Papa Benedicto
XVI:
«De hecho, no
es que en la Eucaristía simplemente recibamos algo. Es un encuentro y una
unificación de personas, pero la persona que viene a nuestro encuentro y desea
unirse a nosotros es el Hijo de Dios. Esa unificación sólo puede realizarse
según la modalidad de la adoración. Recibir la Eucaristía significa adorar a
Aquel a quien recibimos. Precisamente así, y sólo así, nos hacemos uno con él.
Por eso, el desarrollo de la adoración eucarística, como tomó forma a lo largo
de la Edad Media, era la consecuencia más coherente del mismo misterio
eucarístico: sólo en la adoración puede madurar una acogida profunda y
verdadera. Y precisamente en este acto personal de encuentro con el Señor
madura luego también la misión social contenida en la Eucaristía y que quiere
romper las barreras no sólo entre el Señor y nosotros, sino también y sobre
todo las barreras que nos separan a los unos de los otros».
(Discurso a la
Curia Romana, 22 de diciembre 2005)
En
conclusión, si queremos realmente que nuestras parroquias crezcan y maduren,
que produzcan frutos de santidad y abundantes vocaciones sacerdotales, que
rebosen de laicos comprometidos con la evangelización y la acción social,
tenemos que cultivar la adoración eucarística, porque seguramente la Santa Misa
la celebramos cada día.
"Nadie
come esta carne sin antes adorarla; ...
pecaríamos si no la adoráramos"
(San Agustín)
P. César
Piechestein, MED
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