Hace pocos días el Papa Benedicto XVI nos recordaba en su mensaje para la jornada de oración por las vocaciones, la dimensión esponsal de nuestro sacerdocio. Y es que un sacerdote no es un soltero sino uno que se ha consagrado a Cristo y por lo tanto será siempre Él su centro, el eje de su vida.
Reconocemos que el Señor está presente en el Santísimo Sacramento al que el sacramento del orden está entrelazado. No hay Eucaristía sin sacerdocio, ni sacerdocio sin Eucaristía. Como consecuencia de esta verdad no puede haber para el sacerdote nada ni nadie más importante que Jesús Sacramentado.
Es entonces perfectamente lógico pensar que será al sacerdote a quien más le duela el abandono del que Jesús es víctima en tantos Sagrarios. Y es precisamente esa comunión íntima que existe entre el sacerdote y la Eucaristía lo que produce está compasión, este sentir con.
Esta comunión-compasión entre el sacerdote y Jesús Sacramentado no termina cuando el primero abandona el templo y se aleja físicamente del Sagrario:
“Llena el alma de ese vivir sintiendo y compadeciendo con Él, procura no ver, ni oír, no sentir, ni querer las cosas, los acontecimientos y a las personas, sino como Jesús desde su Sagrario las ve, oye, siente y quiere. Y de esta suerte, la presencia nuestra ante el Sagrario, que por ser corporal está limitada sólo al tiempo en que estamos delante de Él, por esta compasión le podemos acompañar no a ratos, sino siempre, siempre …” (Beato Manuel)
Logrará esto quien pueda congeniar a Marta y María. Cierto que las obligaciones del ministerio pastoral nos impiden permanecer todo el tiempo que quisiéramos a los pies del Tabernáculo, como María, pero también es cierto que a través de la compañía de compasión podemos seguir unidos a Él. Bien decía Santa Teresa “Hemos de obrar con tanta energía como si todo dependiera de nosotros y orar con tanto empeño como si todo dependiera de Dios. En fin Marta y María juntas para siempre”. Aunque nuestro cuerpo esté lejos del Santísimo Sacramento, nuestro espíritu permanece junto a Él.
“Por esta compañía de compasión, nuestro corazón y nuestra vida se convierten en eco del Corazón y de la Vida que palpitan en nuestro Sagrario.” (Beato Manuel )
Y es así que el sacerdote se va transformando en sacerdote-Hostia.Hasta el Cielo.
P. César Piechestein, MED
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