Nuestra misión es :"Remediar los tres abandonos más perjudiciales de un pueblo,
el de Jesús Sacramentado,
el del cura
y el de las almas."
(Beato Manuel González)

sábado, 16 de abril de 2011

Delante del Sagrario - Compañía de Confianza

Continuando con las compañías que nos enseña Don Manuel, llegamos a la última, que quizás es la que agrupa las primeras tres. Dejemos que sea él mismo quien nos la defina:

"¿Qué es la compañía de confianza?
Es la misma unión con el Corazón de Jesús que produce la compañía de compasión, llevada hasta el total olvido de sí propio y el abandono total a su Corazón. Es decir, vivir el alma tan unida y compenetrada con el Corazón de Jesús Sacramentado que no se ocupe ni preocupe de sus propios cuidados y gustos, sino de esto sólo: de que Él esté contento." (El abandono de los Sagrarios Acompañados, Beato Manuel González)

 Cuando lleguemos al Reino de los Cielos podremos gozar de la perfecta unión con Cristo, pero mientras peregrinamos en este mundo será siempre a través de la Eucaristía que podremos ponernos en comunión con Él. Y no podemos llegar a esa intimidad si no nos abandonamos completamente, si no le dejamos tomar el mando de nuestra vida, confiando ciegamente. Y es que esa confianza es la prueba de nuestro amor a Él y de la certeza de que nos ama. Quien se sabe amado se deja llevar, se deja formar, como un niño que se recuesta en los brazos de su madre o que cree a pie juntillas todo lo que su padre le enseña. No duda, no titubea frente a la palabra y a la presencia de sus padres, se abandona por completo porque confía.

"Vivir esta confianza es quitar de mi vida ese cúmulo de anhelos, inquietudes, angustias y pesares por lo que creo, espero o temo que voy a necesitar, a sufrir o a dejar de gozar, y sustituirlo por esta sola idea y este solo sentimiento y esta única persuasión: haga yo bien lo que Él me pide ahora y Él se cuidará de lo demás.
Vivir de esta confianza y sólo de ella, es destronar de en medio de mi corazón mi amor propio, ambicioso métome en todo, tirano desarreglador de mi vida y poder maléfico que de cada uno de mis cuidados trata de hacer un ladrón de mi paz. Y entronizar en él la Hostia de mi Comunión de cada día para que el Jesús de ella sea el único Rey y el único ordenador y arreglador y cuidador de todo lo mío y de cuanto a mí se refiere."

Cuánto necesita el mundo de esa confianza. Vivimos en constante tensión, la angustia que producen las diversas preocupaciones han generado una sociedad de enfermos crónicos. Estrés, depresión y todo un conjunto de alteraciones nerviosas del ser humano que cree todavía que todo depende de sí mismo y se olvida de Dios. Es duro ver que hasta quienes debemos de ser los más confiados en su Providencia, sacerdotes y consagrados, muchas veces nos marcamos ninguna diferencia. Nuestra presencia delante del Sagrario es sólo el primer paso. La imitación y la compasión son ya un gran adelanto. Pero sin la compañía de confianza no habremos dado el paso definitivo, aquel que nos convertirá en auténticos testigos.

"El Corazón de Jesús en el Sagrario, quiere, espera, ansía la compañía de nuestra confianza sin límites ni barreras en Él. No dársela es hacerle una de estas dos ofensas, o las dos juntas: la ofensa de la soberbia que dice no te necesito, me basto yo. O la ofensa de la incredulidad o de la fe a medias, que murmura desdeñosa: en estas menudencias mías ¿cómo se va a meter un Dios?"

 Grave error dudar que al Señor le interesen hasta nuestras nimiedades. Acaso no se preocupó del vino que les faltaba a los novios en Caná, o de la fiebre de la suegra de Pedro. Lo que es importante para nosotros, lo es para Él. Y lo tenemos tan cerca, en cada tabernáculo está quieto y dispuesto a escucharnos, a consolarnos, a fortalecernos, como un amigo, un padre o un maestro. Basta con acercarnos y abrir el alma.
"Si el Sagrario es la posición más próxima y la postura más asequible, que ha podido tomar Dios para ser lo más Padre posible de sus hijos los hombres, cómo la desconfianza, que los pone tan lejos, pesará sobre ese Corazón tan tierno y sensible, y cómo le herirá con las espinas de la soberbia, incredulidad, tibieza de fe, dureza de corazón, ligereza de espíritu y flaqueza de memoria con que se amasa y forma!"

Seamos Su consuelo cada día, no lo dejemos sólo. Ya son tantos lo que lo abandonan y son tantos los que aún estando cerca no confían en Él, no se abandonan. Pidamos a Don Manuel que interceda por nosotros, que nos ayude a ser humildes, sencillos como los niños y que nuestra compañía a Jesús sea lo que Él espera de nosotros.
Hasta el Cielo.

P. César Piechestein, MED

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