Nuestro querido Don Manuel antes de ser obispo fue párroco y ese es un detalle muy importante. Cuando de hablar de la vida parroquial se trata se puede teorizar mucho, pero quien ha vivido el ministerio sacerdotal como pastor de una comunidad parroquial sabe que no es cosa sólo de teorías.
Hoy en día los sacerdotes tenemos una infinidad de campos de acción donde ejercer la cura de almas. Este mismo instrumento que ahora estoy usando es una gran herramienta. La Nueva Evangelización nos desafía porque implica llegar a todos aquellos que no visitan nuestras iglesias. Todo esto nos impulsa a salir en busca de las ovejas perdidas, rebeldes o indiferentes.
“Se ha dicho, y se dice hoy muchas veces, que el cura debe salir de la sacristía y de la iglesia para ir al pueblo, que desgraciadamente no se encuentra hoy en la iglesia. Y esto es verdad y muy verdad. Pero como una verdad exagerada es más peligrosa que un error, es menester prevenirse contra la exageración, que en este caso sería el abandono de la iglesia y de lo que en la iglesia hay.”
Lamentablemente este deseo de ir en busca de los que no llegan a la parroquia nos puede llevar a descuidar el rebaño que está en el redil. Es cierto que el Buen Pastor deja a buen recaudo las 99 para ir detrás de la oveja extraviada, pero no podemos pensar que haremos bien si la vida parroquial se entibia. A donde llegarían las extraviadas, donde las podríamos acoger si en redil está en desorden. Si no tenemos que ofrecer ¿a qué las estamos llamando?
“Y no es eso lo que se le pide al sacerdote. Se le pide que salga de la iglesia, pero como se le pide al soldado que salga de su campo y de su trinchera para parlamentar o pelear con su enemigo o explorar su campo, y después volverse a seguir fortificando y vigilando su cuartel y trinchera.”
Hemos de ser capaces de ir en busca de las extraviadas, pero sin descuidar a las que tenemos en casa. La parroquia es la comunidad de fe, la célula de la diócesis, es la familia de los fieles. Seguramente podremos aprovechar instrumentos y espacios, más allá del ambiente parroquial, que nos den la oportunidad de entrar en contacto con los que se han alejado.
Muchas veces podremos comprobar que una de las principales razones por las que muchos son indiferentes (ojo que no digo contrarios) a la participación en nuestras parroquias, es precisamente porque las ven lánguidas. Tantos se lamentan de lo poco disponible que es el párroco, que nunca está. Las liturgia descuidad, la ausencia de espacios de formación espiritual, escasa apertura a los laicos, etc. Cosas que dependen del párroco y que serían distintas si se tuviera la parroquia como prioridad.
“El cura debe salir de su iglesia; pero después de haberla atendido bien, y para volverse pronto. Su cuartel, su trinchera, su puesto natural y propio, su campo natural, como ha dicho el Papa, es la iglesia.” (Lo que puede un cura hoy, Beato Manuel González)
Una parroquia viva será capaz de producir laicos comprometidos, coherentes y apostólicos. Serán ellos los primeros en atraer a los indiferentes. Una parroquia acogedora será capaz de atraer y convencer a quien se había alejado, a quien no sentía su pertenencia a la Iglesia. Una parroquia viva podrá encaminar a sus fieles hacia la perfección de la vida cristiana y no los dejará a mitad de camino. En fin, una parroquia viva será el consuelo de su obispo porque producirá abundantes vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, porque será tierra fértil para escuchar la llamada del Señor.
No hay tarea más sacrificada para un sacerdote que el ser párroco, pero no hay una tarea que corresponda mejor a su vocación de padre y pastor. Amemos nuestra parroquia procurando dar lo mejor de nosotros, dejando que ella nos consuma como Sacerdotes-Hostia.
Hasta el Cielo.
P. César Piechestein, MED