Iniciamos con ilusión un nuevo espacio en nuestro blog que servirá para compartir documentos que nos envían amigos de Jesús Sacramentado. En esta primera entrega, desde Chile, el Ing. Fabio Garcia nos comparte una carta escrita por Mons. Pepe Ramírez a un sacerdote en Filipinas. Creo que nos ayudará en este caminar hacia una vida entregada a los pies del Sagrario. Me trajo a la memoria alguna anécdota de Don Bosco y el Gris.
Querido padre Tomás:
¡Feliz día de tu Santo! Algo muy gracioso me sucedió hace un par de años. Estaba pensando en ello cuando decidí escribirte. Lo que pasó fue que el padre Martín Lucia y yo fuimos juntos a un retiro espiritual. Como yo tenía un resfrío muy fuerte y estaba tosiendo, el padre Martín me sugirió que tomara un trago de coñac para que me ayudara a dormir. No había llevado despertador y estaba preocupado que si tomaba el trago no iba a poder levantarme a las 3:00 a.m. para mi hora Santa con el Señor en el Santísimo Sacramento.
Don Bosco con el Gris |
El padre Martín me aseguró que Dios iba a encontrar la forma de despertarme, así tomé el coñac. ¡Pum! A las 3:00 a.m. oí un fuerte golpe seguido de otros en la puerta. Esperando ver al padre Lucia cuando abrí la puerta, me quedé muy sorprendido al mirar hacia abajo y ver a un perro en su lugar. El perro había entrado a la casa, subido la escalera, se había puesto de espalda a la puerta y con la cola la golpeaba hasta que me levanté a abrirla. A la mañana siguiente me enteré que el perro nunca entraba a la casa.
Estoy sentado aquí pensando para mis adentros: Si Dios puede utilizar un perro para llevarme a mi hora Santa, ¿no podría usarme a mí, querido Tomás, para acercarte más al Santísimo Sacramento? Quiero seguir escribiéndote en mi máquina de escribir, con la misma fuerza del perro que golpeaba mi puerta, hasta que por la gracia de Dios empieces a hacer una hora Santa por día y tengas Adoración Perpetua en tu parroquia.
Es solo cuestión de fe, ¡fe en que el Santísimo Sacramento es realmente la persona de Jesús, aquí con nosotros, en este mismo lugar y en este mismo momento! Tu tocayo no creyó que Jesús había resucitado, “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré” (Jn 20,25).
Por esta razón se le llama: “Tomás el Incrédulo”. ¿Quién es hoy “Tomás el Incrédulo”? La gente cree en la Resurrección pero, ¿saben dónde mora el Señor resucitado? ¡Hoy, “Tomás el Incrédulo” es aquel que no cree que el Santísimo Sacramento es Jesús, nuestro Salvador Resucitado, con todo el poder de Su Resurrección, que derrama gracias abundantes sobre todos aquellos que se acercan a Su divina presencia!
Muchos dirán que “sí” creen en la Presencia Real. Pero la fe es mucho más que una aprobación intelectual. La creencia es inseparable del comportamiento. Si creemos que Jesús está presente en el Santísimo Sacramento, entonces nos comportamos de acuerdo a nuestra creencia. Vamos a Él, nos acercamos a Él, corremos hacia Él. San Pablo dice, “La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven” (Heb 11,1).
Si pudieras ver a Jesús en el Santísimo Sacramento, Tomás, ¿no reservarías una hora todos los días para estar con Él? Si pudieras verlo como realmente Él es, ¿no tendrías Adoración Perpetua en tu parroquia? El mundo entero vendría día y noche a verlo y a estar con Él.
Imagínate lo que sucedería si Jesús se hiciera visible en el Santísimo Sacramento. Todo el mundo querría tomar el primer vuelo hacia las Filipinas para ir a tu parroquia. Y, ¿no le diría Jesús a cada uno lo que le dijo al apóstol Tomás: “Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído”? (Jn 20,29).
En el Evangelio de hoy, Jesús se le aparece a Tomás para que crea que ha resucitado. La maravilla más grande de su amor no es que Él se te aparezca; Jesús te espera en el Santísimo Sacramento. Él quiere que vayas a Él por la fe, para que por toda la eternidad te pueda llamar “BIENAVENTURADO”.
Su amor es más que decir: “Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente” (Jn 20,27).
Jesús en el Santísimo Sacramento es el mismo que dijo estas palabras a Tomás, el mismo que atravesó las puertas cerradas y que se presentó en medio de loa apóstoles y les dijo: “La paz esté con vosotros”.
Esta es la paz que Jesús quiere que tengas en tus horas santas. La experiencia de esta paz es mucho mayor que si Jesús te mostrara sus llagas. Sus llagas no se ven en el Santísimo Sacramento. Sus llagas son ahora la belleza del paraíso. Estas llagas brillan más gloriosamente que el sol. Estas llagas son fuente de Gracia.
Jesús quiere darte la plenitud de estas gracias, que vengas a Él por la fe. Por eso es mucho mejor que Él no te muestre Sus llagas visiblemente como al apóstol Tomás, porque Él quiere derramar sobre ti las gracias invisibles de estas llagas con todo el merito, toda la gloria, la belleza y el amor salvífico que emanan de ellas.
Con cada hora Santa que hagas, le estás diciendo a Jesús: “Señor mío y Dios mío” (Jn 20,28).
Y cada vez Él te dice: “Dichoso eres, Tomás, porque no has visto y has creído”.
Fraternalmente tuyo en
Su Amor Eucarístico,
Mons. Pepe
Es genial esta entrada. Descubrir a Cristo, vivo y presente en la Eucaristía para redescubrirlo en los hermanos. Fundamental, esencial... ¿dónde quedaron los apóstoles que vivían así? Vivamos así. Gracias por la entrada. Es un toque de atención tan necesario... Te encomiendo a María.
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