Dicen que hay un lugar para cada cosa y hay que poner cada cosa en su lugar. Definitivamente no se puede discutir contra esta afirmación. Pero ¿se puede aplicar también a las personas?
No podemos negar que cada quien tiene SU lugar, es decir, ese espacio donde se encuentra plenamente cómodo, donde encuantra paz,donde siempre quisiera estar, es como su eje. Puede ser su escritorio, su dormitorio, frente al televisor o la computadora, su lugar de trabajo, su auto, etc.
Y si a ese lugar tan especial le unimos la compañía de la persona amada, es todavía mucho más deseable el permanecer en ese, nuestro lugar, nuestro puesto. Ese lugar nos define, es como que habla de nosotros, nos describe. Según todo lo anterior ¿cuál debería ser el lugar del sacerdote?
¡El sacerdote y el Sagrario! ¡Dios mío! ¡Lo que da que decir y que pensar y que amar y que agradecer y que derretirse la unión de esas dos palabras!¡Sin sacerdocio no hay Sagrario!
(Beato Manuel González, "Que hace y que dice el Corazón de Jesús en el Sagrario")
Efectivamente, no existe otro lugar más propio del sacerdote.
Es nuestro eje, pues el día de nuestra ordenación nos hemos consagrado a Él y por eso nuestra vida toda debe girar alrededor de Él.
Es nuestro lugar de descanso, como un oasis, donde retornamos a cada momento, sino siempre físicamente, por lo menos espiritualmente, para beber y refrescarnos, para descansar y recobrar fuerzas.
Es el espacio de encuentro con el amigo, con el ser más amado, donde queremos estar siempre pues jamás nos cansa su compañía. Es con Jesús Sacramentado que nos sentimos completos, que todo lo que hacemos toma sentido, porque ha sido Él quien nos lo ha pedido, nos lo ha inspirado.
Es verdad que tenemos tanto que hacer, es verdad que tantos nos esperan, pero también es verdad que tenemos derecho a estar con Él.
Hoy, como siempre, para vivir intesamente nuestro sacerdocio, para renovar cada día el amor a nuestro ministerio, para poder ser verdaderamente otros Cristos en el mundo, debemos saber estar junto al Sagrario. Como lo hizo el apóstol Juan permaneciendo al pie de la Cruz.
No podemos negar que cada quien tiene SU lugar, es decir, ese espacio donde se encuentra plenamente cómodo, donde encuantra paz,donde siempre quisiera estar, es como su eje. Puede ser su escritorio, su dormitorio, frente al televisor o la computadora, su lugar de trabajo, su auto, etc.
Y si a ese lugar tan especial le unimos la compañía de la persona amada, es todavía mucho más deseable el permanecer en ese, nuestro lugar, nuestro puesto. Ese lugar nos define, es como que habla de nosotros, nos describe. Según todo lo anterior ¿cuál debería ser el lugar del sacerdote?
¡El sacerdote y el Sagrario! ¡Dios mío! ¡Lo que da que decir y que pensar y que amar y que agradecer y que derretirse la unión de esas dos palabras!¡Sin sacerdocio no hay Sagrario!
(Beato Manuel González, "Que hace y que dice el Corazón de Jesús en el Sagrario")
Efectivamente, no existe otro lugar más propio del sacerdote.
Es nuestro eje, pues el día de nuestra ordenación nos hemos consagrado a Él y por eso nuestra vida toda debe girar alrededor de Él.
Es nuestro lugar de descanso, como un oasis, donde retornamos a cada momento, sino siempre físicamente, por lo menos espiritualmente, para beber y refrescarnos, para descansar y recobrar fuerzas.
Es el espacio de encuentro con el amigo, con el ser más amado, donde queremos estar siempre pues jamás nos cansa su compañía. Es con Jesús Sacramentado que nos sentimos completos, que todo lo que hacemos toma sentido, porque ha sido Él quien nos lo ha pedido, nos lo ha inspirado.
Es verdad que tenemos tanto que hacer, es verdad que tantos nos esperan, pero también es verdad que tenemos derecho a estar con Él.
Hoy, como siempre, para vivir intesamente nuestro sacerdocio, para renovar cada día el amor a nuestro ministerio, para poder ser verdaderamente otros Cristos en el mundo, debemos saber estar junto al Sagrario. Como lo hizo el apóstol Juan permaneciendo al pie de la Cruz.
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