Dando vueltas en la página web del Vaticano me topé con una homilía del Papa Benedicto XVI en Alemania. Me parece que nos puede ayudar a recordar que el mejor lugar para recobrar el aliento y las fuerzas es el Sagrario, teniendo en cuenta que las exigencias pastorales son muchas, a veces parecerían hasta demasiadas:
«La experiencia confirma que cuando los sacerdotes, debido a sus múltiples deberes, dedican cada vez menos tiempo para estar con el Señor, a pesar de su actividad tal vez heroica, acaban por perder la fuerza interior que los sostiene. Su actividad se convierte en un activismo vacío».
Creo que a ninguno de nosotros nos es extraña la amenaza del activismo, y mucho se ha hablado de él. Sabemos bien que trabajamos para Cristo y todo lo hacemos con la mejor de las voluntades, pero esto nos puede llevar a descuidar nuestra vida espiritual. Cuidamos a todos menos a Jesús, que al final es a quien hemos consagrado nuestra vida:
«Estar con él y, como enviados, salir al encuentro de la gente: estas dos cosas van juntas y, a la vez, constituyen la esencia de la vocación espiritual, del sacerdocio. Estar con él y ser enviados son dos cosas inseparables. Sólo quienes están "con él" aprenden a conocerlo y pueden anunciarlo de verdad. Y quienes están con él no pueden retener para sí lo que han encontrado, sino que deben comunicarlo. Es lo que sucedió a Andrés, que le dijo a su hermano Simón: "Hemos encontrado al Mesías" (Jn 1, 41). "Y lo llevó a Jesús", añade el evangelista (Jn 1, 42)».
El Papa no nos pide que nos convirtamos en monjes, nuestra vocación no es contemplativa. Pero nuestro apostolado es una tarea sobrenatural y no podemos pensar que nos bastarán nuestras capacidades. Sólo siendo instrumentos de Cristo podemos hacer que nuestra pastoral sea verdaderamente una labor trascendental. Como decía Don Manuel, se trata de “eucaristizar” el mundo, pero “eucaristizándonos” nosotros primero:
«En una de sus parábolas el Señor habla del tesoro escondido en el campo. Quien lo encuentra —nos dice— vende todo lo que tiene para poder comprar ese campo, porque el tesoro escondido es más valioso que cualquier otra cosa. El tesoro escondido, el bien superior a cualquier otro bien, es el reino de Dios, es Jesús mismo, el Reino en persona. En la sagrada Hostia está presente él, el verdadero tesoro, siempre accesible para nosotros. Sólo adorando su presencia aprendemos a recibirlo adecuadamente, aprendemos a comulgar, aprendemos desde dentro la celebración de la Eucaristía.
En este contexto, quiero citar unas hermosas palabras de Edith Stein, la santa copatrona de Europa. En una de sus cartas escribe: "El Señor está presente en el sagrario con su divinidad y su humanidad. No está allí por él mismo, sino por nosotros, porque su alegría es estar con los hombres. Y porque sabe que nosotros, tal como somos, necesitamos su cercanía personal. En consecuencia, cualquier persona que tenga pensamientos y sentimientos normales, se sentirá atraída y pasará tiempo con él siempre que le sea posible y todo el tiempo que le sea posible" (Gesammelte Werke VII, 136 f)».
Y si amamos nuestro sacerdocio y reconocemos la necesidad que el mundo de hoy tiene de muchos y santos sacerdotes, seguiremos repitiendo delante del Sagrario ese súplica que el mismo Jesús nos mandó a repetir al Dueño de la mies:
«Busquemos estar con el Señor. Allí podemos hablar de todo con él. Podemos presentarle nuestras peticiones, nuestras preocupaciones, nuestros problemas, nuestras alegrías, nuestra gratitud, nuestras decepciones, nuestras necesidades y nuestras esperanzas. Allí podemos repetirle constantemente: "Señor, envía obreros a tu mies. Ayúdame a ser un buen obrero en tu viña"». (Benedicto XVI, homilía pronunciada en la Basílica de Santa Ana de Altötting el 11 de septiembre del 2006)
P. César Piechestein, MED
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