Creo que
estarán de acuerdo conmigo cuando afirmo que tenemos un Papa que nunca deja de
producirnos admiración. En él se conjugan la ternura de un padre o más bien
abuelo y la sabiduría que el estudio, la oración y las canas dan. Tuve la
oportunidad de estar presente en la Santa Misa que celebró en la solemnidad de
Corpus Domini en San Juan de Letrán y me quedé muy motivado con su presencia y
su homilía. El corazón de
su mensaje fue la importancia del culto eucarístico, de la adoración y su unión
al sacrificio eucarístico. Aquí una de las más fuertes afirmaciones:
«La acción
litúrgica sólo puede expresar su pleno significado y valor si va precedida,
acompañada y seguida de esta actitud interior de fe y de adoración. El
encuentro con Jesús en la santa misa se realiza verdadera y plenamente cuando
la comunidad es capaz de reconocer que él, en el Sacramento, habita su casa,
nos espera, nos invita a su mesa, y luego, tras disolverse la asamblea,
permanece con nosotros, con su presencia discreta y silenciosa, y nos acompaña
con su intercesión, recogiendo nuestros sacrificios espirituales y
ofreciéndolos al Padre».
Creo que si
algunos todavía pensaban que la adoración eucarística era cosa sólo de algunos “devotos”,
con las palabras del Papa la cosa ha quedado más que clara. No podemos sino
afirmar junto al Sumo Pontífice, lo que desde siempre predicó Don Manuel: si
amamos a Cristo, si reconocemos su presencia en el Sacramento, si creemos que
la Santa Misa es la fuente de todas las gracias, no podemos dejar a Jesús
abandonado en el Sagrario. Y de la adoración eucarística, afirma el Papa, se
desarrolla la vida interior, la comunión con Jesús:
«Estar todos
en silencio prolongado ante el Señor presente en su Sacramento es una de las
experiencias más auténticas de nuestro ser Iglesia, que va acompañado de modo
complementario con la de celebrar la Eucaristía, escuchando la Palabra de Dios,
cantando, acercándose juntos a la mesa del Pan de vida. Comunión y
contemplación no se pueden separar, van juntas. Para comulgar verdaderamente
con otra persona debo conocerla, saber estar en silencio cerca de ella,
escucharla, mirarla con amor. El verdadero amor y la verdadera amistad viven
siempre de esta reciprocidad de miradas, de silencios intensos, elocuentes,
llenos de respeto y veneración, de manera que el encuentro se viva
profundamente, de modo personal y no superficial. Y lamentablemente, si falta
esta dimensión, incluso la Comunión sacramental puede llegar a ser, por nuestra
parte, un gesto superficial».
Creo que ésta
homilía ha sido el mejor regalo y la mayor confirmación a nuestro apostolado
eucarístico reparador. La Eucaristía es Jesús, Él es la fuente y cumbre de la
Iglesia. Estar en comunión con Él nos pone también en comunión con los
hermanos, es así que podremos, con palabras de Don Manuel, “eucaristizar” el
mundo.
«En el
momento de la adoración todos estamos al mismo nivel, de rodillas ante el
Sacramento del amor. El sacerdocio común y el ministerial se encuentran unidos
en el culto eucarístico».
(Homilía del
San Padre Benedicto XVI en la solemnidad del Corpus Domini, Roma 2012)
P. César
Piechestein, MED