Nuestra misión es :"Remediar los tres abandonos más perjudiciales de un pueblo,
el de Jesús Sacramentado,
el del cura
y el de las almas."
(Beato Manuel González)

lunes, 4 de octubre de 2010

Del Sagrario a los pobres.

Quien ha leído algunas obras del Beato Manuel se habrá quedado siempre impresionado de cómo cada una trasluce la profunda intimidad espiritual entre él y Jesús Sacramentado. Es indescriptible el sentimiento que produce la lectura no de teorías sobre la vida ascética, sino de testimonios personales de vida interior.

Pero no podríamos pensar que un hombre tan unido a el Sagrario, fuese indiferente al sufrimiento del prójimo. Basta con leer con atención “Lo que puede un cura hoy” para descubrir la faceta apostólica y sobre todo paternal de un ministro de Dios que se desveló por los más pobres y que puso todas sus capacidades en acción para llevar consuelo a los más pobres.

Quiero compartirles unas líneas sobre este punto que él mismo expuso en su discurso de entrada a la diócesis de Málaga:
“El tesoro de un obispo son sus pobres, y el cuidado de ellos, su negocio preferente. El Padre Celestial se los ha confiado. Al obispo dice mientras mira a cada uno de los pobres de su diócesis: “A ti se te confía el pobre, tu eres el ayudador del huérfano” (Sal 10, 14) .Ved aquí en que queremos emplear nuestra vida de obispo".

Tengamos en cuenta que su atención a los pobres no comenzó con su episcopado. Ya siendo capellán del hogar de ancianos y luego como arcipreste de Huelva había demostrado su predilección por los más necesitados. Siempre, eso sí, reconociendo a Jesús como “el más necesitado de cuántos pobres se nos han confiado”.

Y continua afirmando:
“Y vosotros, pobres de nuestra tierra, niños sin madres, compañeros de abandonos y representantes del pobre Jesucristo, desvalidos sin protección, enfermos sin esperanzas, esperadnos también, que no acertamos a separaros de vuestro augusto representado.”
Esta capacidad de ver a Cristo presente en el hermano es siempre evangélica. La Beata Madre Teresa de Calcuta insistía mucho en esto cuando afirmaba “Lo hacemos por Cristo”. No descuidaba nunca la adoración eucarística matinal y se preocupaba de que sus hijas espirituales tampoco. Aseguraba que sólo después de contemplar a Cristo en el Sacramento, se es capaz de contemplarlo en el rostro del pobre.

Don Manuel concluye así su mensaje sobre los pobres:
“¡A vosotros vamos, pero un poco después de Él!, que es preciso que los ojos que os van a mirar y las manos que os van a levantar, y las bocas que os van a consolar, y los corazones que os van a compadecer se unjan antes con el aceite bendito de la compasión del Sagrario abandonado, que esa unción dará multiplicaciones infinitas de virtud y santas fecundidades al interés de aquellas manos, al acento de aquellas palabras, al calor de aquellos cariños …”. (Artes para ser Apóstol)

Ha sido con el ejemplo de su vida que Don Manuel ha dejado confirmadas estas palabras. La espiritualidad eucarística reparadora no se limita a nuestra compañía frente al Sagrario. Cristo espera nuestro consuelo en cada pobre y para que nuestro servicio sea verdaderamente caridad fraterna y no pura acción social, deberá tener su origen y fuente en el Tabernáculo.
Hasta el Cielo.

P. César Piechestein, MED

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