Nuestra misión es :"Remediar los tres abandonos más perjudiciales de un pueblo,
el de Jesús Sacramentado,
el del cura
y el de las almas."
(Beato Manuel González)

lunes, 25 de junio de 2012

Misa y adoración se complementan - Benedicto XVI


Creo que estarán de acuerdo conmigo cuando afirmo que tenemos un Papa que nunca deja de producirnos admiración. En él se conjugan la ternura de un padre o más bien abuelo y la sabiduría que el estudio, la oración y las canas dan. Tuve la oportunidad de estar presente en la Santa Misa que celebró en la solemnidad de Corpus Domini en San Juan de Letrán y me quedé muy motivado con su presencia y su homilía. El corazón de su mensaje fue la importancia del culto eucarístico, de la adoración y su unión al sacrificio eucarístico. Aquí una de las más fuertes afirmaciones:
«La acción litúrgica sólo puede expresar su pleno significado y valor si va precedida, acompañada y seguida de esta actitud interior de fe y de adoración. El encuentro con Jesús en la santa misa se realiza verdadera y plenamente cuando la comunidad es capaz de reconocer que él, en el Sacramento, habita su casa, nos espera, nos invita a su mesa, y luego, tras disolverse la asamblea, permanece con nosotros, con su presencia discreta y silenciosa, y nos acompaña con su intercesión, recogiendo nuestros sacrificios espirituales y ofreciéndolos al Padre».

Creo que si algunos todavía pensaban que la adoración eucarística era cosa sólo de algunos “devotos”, con las palabras del Papa la cosa ha quedado más que clara. No podemos sino afirmar junto al Sumo Pontífice, lo que desde siempre predicó Don Manuel: si amamos a Cristo, si reconocemos su presencia en el Sacramento, si creemos que la Santa Misa es la fuente de todas las gracias, no podemos dejar a Jesús abandonado en el Sagrario. Y de la adoración eucarística, afirma el Papa, se desarrolla la vida interior, la comunión con Jesús:
«Estar todos en silencio prolongado ante el Señor presente en su Sacramento es una de las experiencias más auténticas de nuestro ser Iglesia, que va acompañado de modo complementario con la de celebrar la Eucaristía, escuchando la Palabra de Dios, cantando, acercándose juntos a la mesa del Pan de vida. Comunión y contemplación no se pueden separar, van juntas. Para comulgar verdaderamente con otra persona debo conocerla, saber estar en silencio cerca de ella, escucharla, mirarla con amor. El verdadero amor y la verdadera amistad viven siempre de esta reciprocidad de miradas, de silencios intensos, elocuentes, llenos de respeto y veneración, de manera que el encuentro se viva profundamente, de modo personal y no superficial. Y lamentablemente, si falta esta dimensión, incluso la Comunión sacramental puede llegar a ser, por nuestra parte, un gesto superficial».

Creo que ésta homilía ha sido el mejor regalo y la mayor confirmación a nuestro apostolado eucarístico reparador. La Eucaristía es Jesús, Él es la fuente y cumbre de la Iglesia. Estar en comunión con Él nos pone también en comunión con los hermanos, es así que podremos, con palabras de Don Manuel, “eucaristizar” el mundo.
«En el momento de la adoración todos estamos al mismo nivel, de rodillas ante el Sacramento del amor. El sacerdocio común y el ministerial se encuentran unidos en el culto eucarístico».
(Homilía del San Padre Benedicto XVI en la solemnidad del Corpus Domini, Roma 2012)

P. César Piechestein, MED

jueves, 7 de junio de 2012

Adoración y Comunión: compañeras inseparables


Uno de los mecanismos usados para poder descubrir si se están logrando los objetivos que se ha propuesto un grupo humano, es la evaluación. En una parroquia es necesario plantearse metas, que serán siempre la consecuencia práctica de lo propuesto por el plan de pastoral diocesano. Sin embargo, como una parroquia no es igual a una empresa comercial, la evaluación de la misma requiere métodos distintos.

La idea no es ponerme ahora a hacer una lista de métodos para evaluar, sino sólo reflexionar sobre lo que realmente cuenta en una comunidad cristiana. Cuando un Misionero Eucarístico regresaba de una misión, entregaba a Don Manuel el informe de la misma. Podemos leer un ejemplo detallado en el libro “Artes para ser Apóstol”, pero baste con decir que el elemento clave era siempre el número de comuniones.

Sin embargo ese era sólo el comienzo. Sabemos perfectamente que Don Manuel no se conformaba con que aumentase el número de comulgantes, su aspiración era que creciera la devoción eucarística, que Jesús no siguiera siendo el Abandonado. Y es que comunión y adoración van juntas, siempre que los comulgantes hayan interiorizado en el Misterio del Sacramento. Así lo afirma el Papa Benedicto XVI:

«De hecho, no es que en la Eucaristía simplemente recibamos algo. Es un encuentro y una unificación de personas, pero la persona que viene a nuestro encuentro y desea unirse a nosotros es el Hijo de Dios. Esa unificación sólo puede realizarse según la modalidad de la adoración. Recibir la Eucaristía significa adorar a Aquel a quien recibimos. Precisamente así, y sólo así, nos hacemos uno con él. Por eso, el desarrollo de la adoración eucarística, como tomó forma a lo largo de la Edad Media, era la consecuencia más coherente del mismo misterio eucarístico: sólo en la adoración puede madurar una acogida profunda y verdadera. Y precisamente en este acto personal de encuentro con el Señor madura luego también la misión social contenida en la Eucaristía y que quiere romper las barreras no sólo entre el Señor y nosotros, sino también y sobre todo las barreras que nos separan a los unos de los otros». 
(Discurso a la Curia Romana, 22 de diciembre 2005)

En conclusión, si queremos realmente que nuestras parroquias crezcan y maduren, que produzcan frutos de santidad y abundantes vocaciones sacerdotales, que rebosen de laicos comprometidos con la evangelización y la acción social, tenemos que cultivar la adoración eucarística, porque seguramente la Santa Misa la celebramos cada día.

"Nadie come esta carne sin antes adorarla; ... pecaríamos si no la adoráramos" 
(San Agustín)

P. César Piechestein, MED