Avanzando en la preparación del Año de la Fe hemos de recordar la invitación que nos ha hecho el Papa . El mundo ha de reconocer a través de los cristianos la presencia y el mensaje del Maestro:
"Deseamos que este Año suscite en todo creyente la aspiración a confesar la fe con plenitud y renovada convicción, con confianza y esperanza. Será también una ocasión propicia para intensificar la celebración de la fe en la liturgia, y de modo particular en la Eucaristía, que es «la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y también la fuente de donde mana toda su fuerza». Al mismo tiempo, esperamos que el testimonio de vida de los creyentes sea cada vez más creíble. Redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada, y reflexionar sobre el mismo acto con el que se cree, es un compromiso que todo creyente debe de hacer propio, sobre todo en este Año." (Carta Apostólica Porta Fidei, 9)
Teniendo en cuenta que cada uno de nosotros formamos parte de una comunidad estable de fieles, es decir, de una parroquia, volvemos nuestra mirada e ella. Es ahí donde celebramos la fe, donde hemos sido educados en la doctrina cristiana, donde recibimos los sacramentos. Es el centro desde donde somos enviados a ser testigos del Evangelio en el mundo.
En la entrada anterior veíamos un panorama no muy alentador sobre nuestras parroquias, donde lamentablemente hay mucho aún por hacer para que se conviertan en centros vitales de la fe. Veamos que propone Don Manuel como solución para una “Parroquia-Calvario”:
"1618. Héroes: Eso, eso han de ser los curas de tales parroquias, y si no lo son, primero el desaliento que acobarda; después, el tedio que retrae; y, por último, el pesimismo, que todo lo inutiliza, se apoderarán de sus corazones y cerrarán sus válvulas paralizando el riego de la sangre y, como consecuencia, la inactividad, la inercia para todo lo bueno, y permita el Señor que tras la inercia, no venga la muerte moral con todas sus podredumbres...!
Y pregunto: Supuesto que ese pobre cura ha de vivir en calvario perpetuo, no lo queda otra ocupación que dejarse crucificar y esperar resignado la muerte? No tiene ninguna utilidad su sacrificio? No servirá para nada ese cura- víctima? Ha de consumirse su vida como la de la luz de la lámpara solitaria que arde ante el Sagrario? No tiene otro destino en la tierra más que consumirse como el grano de incienso en el incensario?
1619. No, ese sacerdote tiene que hacer mucho más que eso. Su sacrificio es el más fecundo de todos después del de la Cruz. Su destino no es ser luz de lámpara solitaria, sino luz colocada en lo alto del monte para iluminar a todo hombre que viene a este mundo. Y sal que condimente a las almas y las preserve de la corrupción. Llorará, es cierto, pero su llanto se convertirá en gozo suyo y de muchas gentes. Hablará, y al parecer no será oído. Y trabajará sin fruto visible, pero su palabra y su trabajo siempre, oídlo bien!, siempre producirán su fruto." (Obras Completas del Beato Manuel González, Lo que puede un cura hoy)
Pues si queridos hermanos, la transformación de la parroquia depende del cura párroco y creo que no es una afirmación novedosa. Para que este Año de la Fe sea lo que Dios espera que sea, hemos de ser nosotros los primeros en renovar nuestra fe y nuestro deseo de comunicarla, como lo afirma Su Santidad en la primera citación que compartimos. No podemos pensar que es una llamada dirigida sólo a los laicos, puesto que somos nosotros los pastores y por lo tanto los primeros convocados. Nuestro ejemplo animará a los fieles que nos han sido encomendados.
Comencemos por sacarnos de encima cualquier conformidad y retomemos la sed de almas que teníamos cuando estrenamos el sacerdocio. Encendamos una vez más la llama de devoción que teníamos cuando éramos todavía seminaristas y alimentemos la ilusión con la que mirábamos nuestro futuro pastoral. Siempre es posible volver al primer amor.
P. César Piechestein, MED
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