Muchas palabras pueden describir al sacerdote: padre, pastor, guía, maestro, etc. Pero creo que existe una que puede englobar todo lo que es un cura.
En mi primera parroquia tenía que trasladarme casi a diario a una de las capillas que debía atender y en el camino pasaba delante de la casa de una muchacha del grupo juvenil. A la puerta de la vivienda solía estar sentado el tío de aquella chica, un hombre cincuentón que pertenecía a un grupo evangélico. Al pasar nos saludábamos siempre pero él, como acostumbran los protestantes, no me llamaba padre. Había encontrado una palabra que le pareció mejor y siempre me decía: "Buenas tardes siervo". Si, siervo fue la palabra que le pareció mejor y confieso que a mi me gustaba mucho puesto que resume lo que debe hacer un sacerdote que es servir.
Para concluir éstas entregas en las que Don Manuel nos habla sobre el poder del cura, tomamos el pasaje donde nuestro padre nos habla sobre el por qué de éstos poderes, para que sirven:
"Estos poderes sirven:
1.- Para preservar a los elegidos (siempre).
2.- Para convertir a los pecadores (muchas veces)
3.- Para hacer menos malos a los impíos (no pocas).
4.- Para hacer menos excusables a los que nunca se convertirán (siempre).
5.- Para poner a raya y hacer temblar al demonio (siempre).
6.- Para dar muchísima gloria a Dios (siempre, siempre), y
7.- Mediante todas estas cosas, hacerse santo, el que los ejerce (siempre).
¡Que ya es poder!" (Beato Manuel González)
Cierto que un sacerdote no es más que un ser humano, con todo lo que eso implica, pero también es cierto que hay algo en él que va más allá de lo humano y es su sacerdocio. Lo uno no quita lo otro, llevamos un tesoro en vasos de barro, pero no podemos dejar que el barro nos haga olvidar el tesoro inapreciable de nuestro ministerio y los poderes que hemos recibido a través del sacramento del orden para ejercerlo. Y todo sólo para servir a Cristo y a su Iglesia.
Hasta el Cielo.
P. César Piechestein, MED
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