Cada día doy gracias a Dios por la confianza que sus hijos tienen en nosotros. Los curas párrocos somos además de pastores, consejeros, asesores, motivadores y algunas cosas más. Como buenos padres hemos de procurar ayudar en todo a nuestros hijos, aunque a veces (lo tengo que confesar) creo que la gracia de estado presta auxilios extraordinarios, porque los líos no sólo son numerosos, sino cada vez más complicados.
Pero para todo problema yo siempre tengo mi consejo fundamental, la solución a todo, la fuerza y el consuelo que sólo Dios puede dar y es la Comunión Diaria. Quizás a alguno le pueda parecer un escape simplista, pero no lo es. A otro le podrá parecer que no se puede presentar al Señor como un remedio, por un sincero temor de que se lo trate como una pastilla. La verdad es que, aunque los riesgos siempre existen, la ganancia y las pruebas que nos dan los santos nos garantizan la victoria.
¿Cómo puedo ponerme en el papel de consejero espiritual y no terminar como terapeuta o psicólogo? Porque soy sacerdote y lo mío no es sólo ayudar a resolver problemas o a orientar en una crisis, se trata de llevarles a Dios y ponerlos en comunión con Él. Y no conozco otro camino que no sea la Eucaristía. No quiero negar con esto que, además de proponer la Comunión Diaria, también procuro dar todo lo demás que esperan y necesitan, pero siempre dejando en claro que, sin la ayuda de Cristo, no habrá una transformación completa.
No estoy seguro de haberme explicado bien, pero estoy convencido de que la Eucaristía nutre nuestra alma, iluminando el entendimiento y fortaleciendo la voluntad (que son sus potencias), permitiéndonos superarnos en todas las dimensiones de nuestra vida. Y si la Iglesia, nuestra madre y maestra, nos ofrece y recomienda la Eucaristía a diario, es porque no existe mejor alimento.
P. César Piechestein, MED