Querido padre Tomás:
Pocas ventajas hay cuando se es presidente de algo, casi sólo gran cantidad de arduo trabajo. A veces, sin embargo, hay beneficios. Como presidente de la Fundación Guadalupe, me dieron un pasaje gratis a México.
Te estoy escribiendo desde el Santuario. Es magnífico. Durante mi hora santa estuve pensando si es más valiosa la visita que Nuestra Señora le hizo a Juan Diego o una hora santa ante Jesús en el Santísimo Sacramento.
Las rosas florecieron en la nieve. La imagen de Nuestra Santa Madre se imprimió en un pobre poncho que se ha conservado por siglos. Los científicos no pueden descifrar cómo fue que se imprimió esa imagen en la tilma. Ella es la mujer vestida del sol que es el símbolo de su Hijo Eucarístico. Dos corazones que laten al unísono.
Veamos su pedido al obispo. "Construir una capilla". ¿Quién está en la capilla? ¡Su Hijo Eucarístico! María lleva a todos sus hijos a la Eucaristía.
La belleza de Guadalupe está siempre durante nuestra hora santa de oración. No importa cuán fríos estén nuestros corazones, las rosas de santidad florecen. La fragancia de la santidad perdurará para toda la eternidad. Cada momento que pasamos en su presencia, brotamos, crecemos y florecemos como las rosas en la nieve.
Y con cada hora santa, una nueva y especial imagen se imprime indeleblemente en nuestra alma, mucho más linda que aquella del Santuario a la que gente de todo el mundo acude y admira su belleza con tanto asombro.
Después de cada hora santa en presencia de Jesús en el Santísimo Sacramento, querido Tomás, todos los ángeles del cielo miran extasiados la imagen impresa en tu alma.
Así como Juan Diego tuvo que esperar hasta estar ante el obispo para darse cuenta de la linda e invalorable imagen que traía, así también nosotros tendremos que esperar. Al igual que Juan Diego que se sorprendió al abrir su tilma para mostrarle al obispo las rosas, nosotros quedaremos pasmados eternamente al ver el efecto de una sola hora santa de oración.
Por eso Pablo VI señala en Misterium Fidei que una sola hora santa ante Jesús Sacramentado, nos da "una dignidad, incomparable".
La gente busca la dignidad en la posición social, la seguridad económica, la popularidad o en la cantidad de títulos académicos.
Hay una canción que dice: "todos buscan el amor en los lugares equivocados" ("looking for love in all the wrong places").
La dignidad se encuentra en la presencia del Señor que nos eleva más y más hacia Él. La altura y el prestigio de nuestra verdadera dignidad se halla en el grado de unión que tenemos con Cristo en el Santísimo Sacramento.
Por eso tengo en mi oficina una imagen de tamaño natural de Nuestra Señora de Guadalupe, para recordar dónde reside mi verdadera dignidad.
Barth Bracy es un americano que hace poco vino a mi despacho con su amigo Miguel. Hace un par de años, un laico muy santo llamado Dan Lynch llevó a la casa de Barth, a pedido de su madre Lynda, una imagen peregrina de Nuestra Señora de Guadalupe. A Barth le imresionó mucho y le ayudó a cambiar su vida. Entró en el seminario para ordenarse sacerdote de los Misioneros del Santísimo Sacramento.
Fraternalmente tuyo en su Amor Eucarístico, Mons. Pepe